Fuego en las manos
Las luces que se apagan presagian el fuego. Una bengala abre paso al espectáculo. El correfoc ha comenzado. Todo se precipita y se vuelve vertiginoso. Los diablos corren como locos. Parecen poseídos. Cargan con el fuego en las manos. El griterío de la gente que corre acompaña al siseo constante de la pólvora prendida. Los silbidos de los petardos empiezan a ahogar el silencio. Llueven las chispas, avivando el fuego de la alegría en mitad de la noche.
Durante unos segundos me detengo a ver el panorama. Después, todo se vuelve trepidante. Comienzo a ir de un lado a otro sin cesar. Persigo a los demonios, quizá paraque me lleven al infierno. Quizá para entenderlos. Si alguien corre, yo con él. Si alguien salta, yo también. Si ruedan por los suelos me lanzo a tierra. Hay humo, petardos, chispas. Todo ruge alrededor. Hay fuego y por supuesto me quemo. Y es que, seguramente, la forma magistral para fotografiar los correfocs no es otra que esa: quemarse.
Un correfoc no es una fiesta en sí. Un correfoc es un acto festivo que se integra dentro de una fiesta mayor. Es decir, como puede ser una Mascletà, un castillo de fuegos artificiales dentro de las Fallas. Si bien es verdad que debido a su popularidad, vistosidad y participación de los espectadores, parece que se va convirtiendo en un acto de cierta relevancia.
Sentimiento de fuego
Desde la mirada ajena, el correfoc parece el mismo infierno entre tanto fuego. Sin embargo, nos es fuego prendido. Aquí la llama constante prácticamente no existe. No es como la Falla donde comienza a arder el monumento hasta volverlo cenizas. No.
El fuego en el mundo valenciano (y en casi toda nuestra vertiente Mediterránea) ha encontrado muy diversas maneras de manifestarse. Empezando por el final, los matices menos evidentes del fuego pueden reflejarse en nuestros sentimientos como el inicio de algo (la primavera, las cosechas) o el final y la devastación que provoca. El fuego consume no solo lo que devora, también devasta a aquel que ve su fiesta terminar, exaltando esos sentimientos acumulados. El fuego es inicio y final, pero también intermedio. Puedes pasar horas frente el fuego sintiendo su confort, por ejemplo.
Volviendo a los signos evidentes del fuego, en la Cremà (quema) de una falla este se enarbola como un mástil en mitad del mar; o el sonido contundente de la traca en la Mascletà; el color ígneo que vuela en los fuegos artificiales de los castells (castillos); incluso el humo anuncia, correspondiendo con el dicho, que debe de haber fuego. En los correfocs la pólvora prende y chisporrotea aunque ese fuego no llega a aferrarse a nada. No hay nada que se quema pero hay suficiente pólvora como para aguantar durante minutos.
En pocas palabras
En los correfocs se utilizan muy diversos utensilios que responden al ingenio de la colla (cuadrilla). Básicamente es un petardo del cual se utiliza la chispa que provoca y que alguna vez culmina con una pequeña explosión. Sin duda alguna, creo que lo que más enriquece al correfoc es que el público puede interactuar sin apenas peligro. Los demonios comienzan sus bailes durante ese breve tiempo en que llevan prendida la pólvora, tiempo durante el cual el público se une a ellos: baila, corre, se refugia de las chispas. Y durante ese minuto, el espectador, ahora actor, no puede más que someterse a una tensión que él ya no controla.
Todo artefacto pirotécnico crea una fuerza al prender o explotar. Al canalizarse la salida de la chispa dentro del petardo, la energía cinética que crea es medianamente controlable o al menos previsible. Es como un borratxo (borracho), un petardo que se deja en el suelo y echa a correr despavorido. Para entenderlo, es como el petardo que asciende en un castillo de fuegos artificiales antes de explotar. Con ese sencillo concepto, la imaginería se despierta para crear los más inverosímiles artilugios. Desde una rueda de bicicleta armada a un mástil con varios petardos que la someten a un vertiginoso giro, pasando por armatostes gigantescos acarreados entre varios. Incluso figuras animales desproporcionadas que caminan lentas por las calles. Como se dice por aquí: mentre més sucre més dolç (cuanta más azúcar más dulce).
Matices fotográficos
Más allá de cualquier tecnicismo de jerga inverosímil, de si esto está tirado a 2 con 8, 400 y 2000 (ya ni nos molestamos en decir a un diafragma, ISO o velocidad), los secretos fotográficos de un trabajo suelen tener más que ver con cómo abordar el trabajo que con cómo has configurado tu cámara. Parámetros que luego dejaremos entrever.
Podemos resumir el momento de disparar la cámara más o menos así: en la oscuridad total una llama (con bastante luz) prende la bengala. La pólvora prende y se genera una luz controlada durante unos segundos. El demonio empieza a correr a la par que el artefacto sube estrepitosamente la cantidad de luz. Llega a su culmen y aguanta durante unos segundos o un minuto y finalmente se apaga. La intensidad del sonido refleja claramente el estado del petardo.
Durante ese momento pasas de oscuridad total a una luz altísima en cuestión de décimas de segundo. Medir en cada momento la luz es complicado. Casi imposible. El truco es reconocer en la medida de lo posible el artefacto que van a encender. Cada colla lleva distintas cantidades de pólvora en cada petardo que elijan, eso es un inconveniente. La única premisa es no superar tantos kilos de pólvora por evento. Pero casi siempre el petardo que va a utilizar un demonio, lo va a utilizar el siguiente, el próximo y un número determinado más. Esto te permite prever esas cantidades de luz.
Un correfoc discurre por las calles de un pueblo o ciudad, más anchas o estrechas, lo que tiene ciertas ventajas e inconvenientes, y siempre por la noche. Uno o dos demonios llevan las tracas en cajas cerradas apartadas del fuego. Estos se lo suministran a los demonios que van a echar a correr. Finalmente, un tercer demonio les prende la mecha y todo comienza. No es una manera obligatoria para hacerlo y depende mucho de cómo se organice la colla, pero sin duda es una de las maneras más seguras para hacerlo.
Algunos trucos
En mi caso siempre trabajo en manual. No me gusta que la cámara trabaje por su cuenta en AV o TV por la sencilla razón de que ya cuesta prever lo que va pasar a tu alrededor como para preocuparme de lo que interpreta la cámara. Y es que, dependiendo del tipo de medición que uses y el encuadre que hagas, la medición de la cámara se convierte en algo incontrolado. Así pues, por inercia calculas la cantidad de luz a ojo de buen cubero. Y, por supuesto, la mayoría de veces no acertarás. Pero es parte del juego.
Algunas de las claves básicas pueden ser las siguientes. 1. Contando que el demonio lleva el fuego muy cerca, esa luz va a iluminar su figura. 2. No siempre es obligatorio que algo esté iluminado para contar qué hace. Las siluetas recortadas sobre un fuego de fondo dan mucha información. 3. Si las calles son estrechas, la luz ambiente que se genera al rebotar en las paredes es bastante matizada. Elegir bien algún punto del recorrido puede ser más provechoso que no obsesionarse con el momento más álgido. 4. Cuando lo demonios corren te abren una opción a la falta de luz: la exposición larga. Un barrido de un segundo te da mucho margen de maniobra. Y si lo apoyas con un pequeño punto de luz de flash el resultado es muy gratificante. Y los barridos no han de ser ver pasar al demonio y seguirle con la cámara. Se le puede acompañar corriendo. Es interesante ser generoso a la hora de inventar tus propios recursos.
Sí que es verdad que los cambios de luz tan fuerte, la oscuridad profunda y los movimientos rápidos pueden ser inconvenientes para enfocar y que el equipo responda. Por supuesto, trabajar con objetivos rápidos y luminosos facilita la cosas, sin embargo, que nadie se desespere, hay otras maneras. Previniendo el recorrido del demonio puedes preenfocar y anular temporalmente el enfoque automático. De todas las maneras, hay un componente muy artístico dentro de estas fotografías y es el momento en que la foto no las has tomado tú. Es decir, el enfoque ha fallado, la cámara se ha retrasado en disparar, o de repente ver venir algo que no esperabas y levantas la cámara y disparas sin ni siquiera llevarte el ocular a la cara. Puede parecer que eso desmerece el trabajo del fotógrafo, pero no es así. Yo lo veo más como un aliciente que otra cosa: incluso cuando todo falla puedes obtener buenas imágenes. Y mucho mejor si entiendes las carencias de tu equipo.
En mi caso, el tiempo que llevo trabajando en los correfocs me ha dado la perspectiva de hacer un tipo de fotografía por fases. Es decir, hacer un poco de preproducción y saber qué tres o cuatro imágenes quiero sacar en cada correfoc. Hoy voy a centrarme en detalles de fuego, o en retratos, barridos, flashazos, óptica larga u óptica corta… Esto no quiere decir que sólo hagas esas fotos que te planteas, pero te ayuda a encontrar cierta coherencia dentro del caos. Aquí el que manda es el correfoc, no tú.
Parámetros
Muchos fotógrafos que han hecho correfocs me suelen decir lo mismo: “es que no hay casi luz”. Aunque viendo el resultado de las fotos nadie lo diría. Siempre les suelo decir lo mismo también: “hay mucha más luz de la que crees”. De hecho, el fallo más común es despreciar las luces y encapricharte con las sombras. Personalmente -y esto es como el fotógrafo que en un paisaje decide quemar el cielo a blancos o exponerlo con su azul: muy personal- y salvo en ciertas ocasiones, trato de que las luces no se revienten demasiado, porque recuperar la textura del fuego y su color en la edición es imposible. Pero lo que se ha de tener en cuenta no es tanto sacar la mancha de fuego perfecta, sino que lo que ilumina esté bien expuesto. Por dos razones. La primera es que exponer el fuego correctamente seguramente hará que el resto de foto quede demasiado baja de luz. Y la segunda es que si te centras en exponer lo que ilumina el fuego, te ayuda a ver mejor el resultado de esa iluminación. Es decir, estás trabajando con algo más palpable.
Cuando te centras en sacar una foto (lo que es muy conveniente) te planteas los problemas a solucionar. En este caso puede ser que el retrato sea perfecto, que se aprecie el movimiento, etc. Esto te lleva a ciertas premisas a la hora de configurar la cámara, bien sea la velocidad o el diafragma, lo que nos deja como comodín la ISO. Cuando a lo largo de una ráfaga varía la luz, suelo maniobrar con la ISO para no alterar la foto que quiero hacer y, además, porque con menos actuaciones en la cámara puedes variar más la luz si tienes la ISO configurada a pasos enteros y no en fracciones.
Por lo general disparo en AF pero no son pocas las veces que corrijo el enfoque de manera manual. Aunque suelo trabajar con enfoque puntual, para correfocs utilizo mucho el servo y bloquear el enfoque cuando lo necesito.
Curiosidades
No hay excesivo peligro en un correfoc. Lo más peligroso es que una chispa te caiga en un ojo. Es difícil, pero posible. Los petardos que explotan nunca quedan libres, aunque por supuesto alguno se puede desprender. Aún así, no son explosiones fuertes.
La mejor ropa para llevar es el vaquero y una camiseta vieja, así como un pañuelo o gorra en la cabeza. Saltan muchas chispas. ¡Muchas!
Hay que tener escrupuloso cuidado en no estorbar. Cuando son calles estrechas algún golpe te vas a llevar. El flash montado en cámara es la pieza más sensible porque sobresale. El problema es que dentro de un correfoc nadie lleva un camino marcado. Los demonios corren y pueden llevar ciertas directrices en función de la coreografía y la posición de la que salen y a la cual han de retornar, así como una zona de la que no salirse. Pero básicamente van en función de donde vaya el público. Les gusta fastidiar. 🙂
El público corre con ellos y huyendo de ellos. A lo sálvese quien pueda.
Es bueno interesarte por los demonios, preguntarles, averiguar qué van a hacer y qué puedes hacer para no molestar. Eso hace que ambas partes sepan las necesidades del otro y eso siempre favorece. Ellos, cuando te ven, posarán e intentarán echarte una mano.
David Cantillo Orozco
Este y más artículos pueden descargarlos en la revista de Fotógrafo Nocturno.